Hoy comienzo una meta difícil y, hasta cierto punto, martirizante. Me quiero liberar de una adicción. Quizás parezca exagerado el que describa esa meta como un martirio, pero el negarle droga a un adicto para nada es una experiencia gratificante sino todo lo contrario, una tortura. Al menos no hasta el final del proceso en el que uno se siente realizado, orgulloso y agradecido porque todo el esfuerzo valió la pena. Tan adicto es aquel que es dependiente de drogas o sustancias, como el que es adicto a alguna actividad o relación. Me complace que nunca haya tenido que recurrir al uso indebido de drogas, pero mi adicción no me hace mejor persona que los que sí han necesitado hacerlo.
Soy adicta a comprar.
Muchos se reirán y argumentarán que en efecto soy dramática, pues el comprar no me va a matar, pero si comparan los beneficios del comprar vs el daño que esta práctica excesiva puede causarle a un ser humano; el no tener control y comprar porque sí, porque en el momento se siente bien, se darán cuenta que estoy igual de chiflada que los que necesitan el viaje para olvidar la realidad.
La película “Confessions of a Shopaholic” es un retrato de mi vida. Tal vez no al punto de congelar literalmente tarjetas de crédito para evitar su uso, pero si no me pongo un alto a eso puedo llegar. Aunque la película es un tanto jocosa, el problema sí es real, mucha gente lo padece y es más serio de lo que piensan. Es un vicio que nos puede llevar a tomar acciones drásticas como las que tomaría cualquier adicto a drogas. Cuando queremos algo no podemos controlar ese deseo de comprarlo sin importar quedarnos sin un peso hasta el próximo día de cobro. Nos lleva a mentir, a vivir la vida deseando más y más, mientras que nuestras finanzas se van por el chorro. Preferimos morirnos de hambre que salir de la tienda sin lo que anhelamos. Las prioridades están bien definidas. Lo más triste del caso es que nada parece saciar esa ansiedad. Salimos del mall con las manos llenas y cuando volvemos a caer en cuenta nos sentimos culpables de haber comprado y malgastado ese dinero. Al día siguiente esa culpabilidad se esfuma y eso que compramos el día anterior nos importa un bledo, ahora queremos algo nuevo. Al final del día no tenemos nada, solo el ciclo de culpabilidad que viene y va. Es agotador y frustrante.
Ya di el primero paso. He reconocido mi adicción y he decidido darle un giro de 180 grados a mi vida. He decidido invertir mi tiempo en otras cosas más productivas que en merodear los pasillos del mall. Necesito utilizar lo que tengo, que es mucho, antes de pensar en adquirir más. Quiero viajar. Quiero crear capital.
Como toda adicción, el tratamiento debe ser agresivo, pero paso a paso. Con pie fuerte para una recuperación segura y estable, no artificial. No tengo carencias, gracias a Dios. Solo requiero lo necesario. Mi calendario estará bastante ocupado (Trabajo, ejercicios, clases de francés, leer…) por lo que no tendré tiempo para ir de compras.
Quiero que este año marque el inicio de una Nilmarie renovada, mejorada y enfocada en su crecimiento personal, espiritual y profesional.
¡Así será!